Posteamos la nota de 90+10 a Alejandro Ros. Ros es un diseñador indefinible. Su sinuosa creatividad le permite transitar desde gráficas concretas, hasta publicidades conceptuales.
Su obra está en la cornisa de las definiciones, apuntalada por una necesidad comunicativa y declinada por el arte. El humor, el sexo, el misterio, la multiplicidad de lecturas y la síntesis, son algunos de los tópicos que podrían esbozar a este autor. Sus gráficas -propias de una selecta colección de diseño- proliferan en las disquerías, los puestos de diarios o las discotecas.
Tucumano universalizado, ha generado al diseño académico el mismo desconcierto que Conchita Wurst provocó en el mundo de la música. Con nosotros, Alejandro Ros…
+ Ante una obra personal con tantas referencias artísticas y conceptuales, ¿cómo definís al diseño?
AR Para mí, es una profesión que se materializa cuando una persona necesita comunicar algo a alguien, y el diseñador tiene que lograr que eso pase de la forma más clara y linda posible. Es comunicación, es un servicio. No me gusta endiosar al diseño. Yo intenté teñir al diseño de otros valores. Tengo la suerte de contar con clientes que me dejan ir por más. Pero mi caso no es representativo de la profesión. Yo busco que la persona que se enfrenta a la pieza sienta algo extra. Mi trabajo es una mediación con el cliente; no hago lo que quiero, no actúo libremente como un artista. Las tapas que hago para Juana Molina no se parecen a las de Miranda o a las de Divididos, cada una tiene la estética que necesita. Yo me involucro con la persona con la que voy a trabajar hasta destilar la idea. Soy como un traductor de información.
+ ¿Tomás alguna posición “política” en tu diseño?
AR Intento hackear al mercado. Poner a Susana Giménez en la tapa de Fito Páez o hacer que los discos tengan formas no convencionales, que son más caros de imprimir, más complejos de almacenar, es dar vuelta al mercado. Eso me excita, una caja de plástico con una ilustración de 12 x 12 no es un desafío, quiero ir por más. Ahora “el mercado” no compra música, compra el packaging. ¿Para qué vas a comprar algo que podés escuchar en Spotify o bajar gratis? En la industria de la música, la gráfica es el resultado del diálogo entre el músico y yo. En cambio, en el cine y los libros, para hacer un afiche o una tapa participa hasta el productor, están muy pendientes del mercado, y no asumen riesgos. Yo soy receptivo a lo que dice la gente, la calle, pero no trabajo siguiendo las leyes del mercado. A mí, el marketing me da rechazo. Las decisiones tomadas en base a estos estudios me parecen sobre calculadas; se meten tanto en la labor de un diseñador que entorpecen proyectar, ir para adelante. Prefiero el riesgo aún económico, yo vivo muy austero, mi minimalismo está llevado al extremo, por eso no tengo un gran estudio. Tengo una sola asistente, Silvia, con quien trabajo casi sin vernos, porque nos entendemos ya en todo. Y Pamela me lleva las cuentas. Mis colegas con estudios muy grandes se ocupan del estudio y no de diseñar, de tratar con el contador, con el abogado, con los clientes. A mí me gusta hacer.
+ ¿Quiénes son tus referentes?
AR Los que me enseñaron en la facultad, Palito González Ruiz, Ronald Shakespear, Rubén Fontana, Daniel Wolkowicz. Maestros como Norberto Chávez, Juan Gatti, Horacio Gallo. En mi formación, hay mucho cine de autor, arte conceptual, discotecas underground, música experimental, y el pop visual: Madonna, Kylie Minogue, Björk, Pet Shop Boys. Del tipo de trabajo que yo hago, no veo mucha continuidad. Max Rompo tiene 26 años, es el único que veo que tiene ideas más allá de las formas. Sucede en general que el diseño argentino se reduce sólo a formas.
+ ¿Creés que esas formas son resultado de la enseñanza del diseño?
AR No, si sos creativo, podés saltar sobre las preformas, la metodología del diseño. A mí, la facultad me sirvió para poder poner mi universo en caja, pero la creatividad no se enseña.
+ Tus experiencias transitan por muchos ámbitos, ¿qué sigue después del diseño?
AR Siento que en diseño gráfico llegué a mi límite. El diseño es una profesión donde tenés que cumplir con un objetivo que es comunicar, no te permite indagar tanto, experimentar. Por eso, busco otros ámbitos en donde investigar el abismo. Estoy trabajando con Roberto Jacoby, un artista que le hace olé al mercado. En arteBA presentamos dos obras: una fue arteVE, que era un guía ciego que explicaba los cuadros de la feria; el otro, un mozo que daba sidra caliente sólo a coleccionistas, y luego les ofrecía copias truchas de arte argentino. Con Roberto también hicimos hace dos años una subasta en una galería inventada: Galería De’ll Pete y el año pasado Abertura, una muestra en Galería Baró de San Pablo. En el mundo del arte hay pocos artistas, hay personas que trabajan de artistas. Para mí, el arte tiene que ver con el riesgo, el misterio, no saber adónde se va. No hay tantos artistas que lleguen hasta ahí, la mayoría hacen cosas para vender, para ocupar el living de los ricos. Me gusta ver eso, pero como me gusta ver diseño.
+ ¿El ocio, las fiestas, forman parte de tu obra?
AR Sí, busco generar situaciones extraordinarias. Hago dos o tres por año. Yo organizo la fiesta como si fuera una obra. Pido que vengan disfrazados, elijo los disc jockeys, el lugar, los equipos, opero las luces. Es como una representación teatral, en donde los actores son el público. Es una fiesta con código. Para mí, el disfraz es como una droga. Cuando estás disfrazado sos otro, entonces, esa situación de que todas las personas sean otras, produce una fricción, una situación muy artística que a mí me parece excitante.
+ ¿Te considerás un activista gay?
AR No soy un activista de la línea política clásica, pero tener un hijo con mis amigas lesbianas Marta y Albertina, trabajar para el suplemento SOY, tener amigos como los que tengo, organizar las fiestas que hago, es mi activismo. No militar en un grupo que se junta a tomar mate. Para mí, el activismo es una forma de arte. Pasivista no soy (risas…).